Hay novias sin ramo y novias con ramo. Yo fui de éstas últimas. El mundo del ramo de novia es infinito. Millones de opciones. Pero yo lo tenía muy claro. Sabía perfectamente cómo quería que fuese el mío.
Si lo hubiera hecho por descarte también lo habría tenido fácil, puesto que no buscaba un bouquet, tampoco quería flores delicadas como las rosas o las peonías que no iban ni con mi estilo ni con el entorno. Quería un ramo muy fresco, muy natural, que no se viese demasiado montado pero tampoco que cayese en lo silvestre. Que tampoco iba conmigo.
(habrá mejores foto, lo prometo…)
Y me fui a lo menos sofisticado. Un ramo de margaritas, sencillas, blancas. Aderezado con lavanda seca. Atado con rafia natural. Y ya está. Me encantó. Un ramo cómodo, poco delicado que resistió conmigo y que además entregué con muchísimo cariño a una de mis mejores amigas, soltera por supuesto (ni siquiera con novio, que si no, da mala suerte), en unos postres muy emotivos, mientras sonaba una de nuestras canciones, que cantábamos a voz en grito en nuestros años de facultad. Eran tiempos dorados.