Después de haberos dado la lata con innumerables entradas habládoos de pequeños detalles de mi boda, como los zapatos…
o el ramo de margaritas y lavanda seca…
y de haber enseñado el tocado que llevé sustituyendo al tradicional velo. Una hermosa pieza que El Jardín de Lulaila hizo a medida para mí, a partir de una pieza art déco. Lo complementaban un par de pendientes de brillante, antiguos (eran “lo prestado”), con un significado especial, muy sencillos; y mi sortija de pedida.
Después de todo esto, llega ya el momento de enseñaros lo más importante, con lo que más disfruté: el vestido.
El vestido era una joya, realizado en tul, sobre una pieza entera de organza. Lleno de volantes (un sutil guiño al sur) adornados con raso de seda y guipur. Tirantes con pedrería. Y un frontal en organza deshilachada. Todo en blanco roto.
¡Tachán!
El autor del vestido fue Ion Fiz. Un vestido que me encontró y que me enamoró desde el primer momento en que lo vi. Tanto, que no me veía con ningún otro (es totalmente cierto eso que dicen que en cuanto ves el que va a ser para ti, lo sabes). Y con el que me sentí comodísima, porque no se ceñía en absoluto a mi cuerpo y era muy ligero. Algo que además me permitió elegir la ropa interior que más me gustase.
Para la Iglesia, me cubrí los hombros con un bolero de tul. Y los consabidos guantes de piel.
Ahora sólo quedan detalles de decoración y curiosidades como la maravilla de coche en el que salimos mi chatín y yo de la Iglesia. Juntos, conduciendo él. Pero eso ya, con más calma.
Como hoy ya nos salimos de lo habitual, pues el chatín os enseña también la cara. Que iba de guapo, a rabiar. Con chaqué clásico, corbata azul marino y chalequillo cruzado de lino en azul celeste. Se me cae la baba.
* Todas las fotografías son de Sanoguera (tel. 981 50 73 60). Agustín y Rebeca son encantadores y con una sensibilidad especial. Además, a Rebeca también la puedes escuchar. Aquí.