Los animales salvajes viven estupendamente bien en libertad, en su sabana, cazándose los unos a los otros y campando a sus anchas sin horarios ni tráfico. Otros tienen menos suerte y les toca vivir en un zoo o en un circo y estar expuestos a los ojos de los curiosos sin apenas intimidad, cotilleados y comentados por todo el mundo mientras se rascan sus pulguitas y piojitos.
Me dan mucho qué pensar estos animalitos. Sobre todo en lo que pensarían (o piensan) si alguna de las visitantes que pasa cada día por sus jaulas va ataviada con el estampado horror del siglo: el leopardo/tigre.
Lo han intentado dignificar metiéndolo en los grupos de los llamados “animal print”. Pero es que ni diciéndolo en inglés se salva del terror. Es un daño ocular incisivo y supino. Y más cuando quien lo lleva además está rellenita (y no es ningún ataque ni menosprecio, cada cual con su cuerpo, que todos lo tenemos), que así se ve mejor. Como si no supiese que para estilizar, los estampados agresivos son lo menos recomendable.
Personalmente, lo considero a-elegante, a-estiloso y a-sombrosamente feo. Lo relegaría a los fondos de las simas profundas.
Conste, como siempre, que es absolutamente respetable. Y que si alguien lo elige porque forma parte de su estilo, entonces bienvenido sea. Pero para las que lo hagan sólo por seguir la moda, a ellas les digo más que nunca: no se te ocurra.
Seguid tan guapas.